jueves, 12 de agosto de 2010
Camina por el borde del precipicio que no es otro que el de mis sueños todos, rotos en remolinos de locuras, en caídas, en desplomarses interminables, en donde yo era yo, era la sonámbula, la peregrina del viento, la insatisfecha, la pitonisa, la esfinge. Yo y ellas jugábamos en los páramos de la locura, puertas mismas de los cantos de la noche roja, la interminable. Yo y ellas clamábamos por una mano y las notas del pájaro salvador, yo y ellas nos hundimos en pantanos calientes, a la espera de la palabra que nos desnudara y nos secara nuestros pavores, nuestras excreciones. Yo y ellas vomitamos los llantos ahogados de otras que dormitaban en nuestras gargantas, sedientas de luz también. Durmientes de párpados bien abiertos, bien cerrados.
Sálvanos. Sálvanos de nosotras.
El pájaro vino.
Mi inquieto corazón
preso en una pequeña latita de metal
resuena
cuando tus dedos tamborilean sobre ella.
tu lo extirpas de su prisión de hojalata
tu lo salvas del agujero de oscuridad
tu le das martes soleados y cantos de notas otoñales
Ahora es cuando tu lo alcanzas
tu te lo guardas
tu lo admiras
obnubilados tus párpados
embriagados con la responsabilidad que se te descubre
con la delicadeza que implica
tamborilear sobre
simples cajitas de metal
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