lunes, 1 de diciembre de 2008

Si María Iribarne y María del Carmén Huerta fueran una misma persona

Anotador en el regazo, hoja en blanco a estrenar, lapicera en mano, mordiéndola, mordiendo con mis dientes el capuchón, acto inconsciente mirada perdida en los árboles de adelante, los de más allá, cruzando el gran charco que es laguna y tiene patos compitiendo por la atención de los presentes y la comida que arrojan sus manos. Caen dos o tres gotitas, imperceptibles, plap, sobre mi rodilla desnuda, izquierda, plap, sobre mi frente despejada-despeinada-despierta, y me devuelven, me traen de la lejanía de esos árboles y sus hojas de papel celofán crsh crsh, se bambolean en ramas de goma, y se chocan entre sí. Pero no estaba lloviendo, ¿por qué las gotitas?¿sudor, lágrimas, o qué?¿o quién?. Tuvieron mis ojos que mirar para arriba, que belleza, sentada bajo la sombra de un magnífico árbol y recién ahora se percatan ellos: un rompecabezas, la luz se colaba entre las hojas, y se rompía al traspasarlas, y por ella es que el verde se volvía amarillo, y entonces lo vi. Y las gotitas eran por él. Lo vi y fue todo pavor y hermosura, gestitos pasmados y extrañamiento. Maravilla ante aquel ser nunca visto, increíble y temerario: las gotitas brotaban de sus extremidades, me las convidaba. Plap, otra que se cayó, dio contra mi cuello que ahora se doblaba, se estiraba más y más para verlo mejor. ¿qué era? Imposible precisarlo, criatura criatura.¿qué quería? Toda incógnita naciente y mis ojos que se lo preguntaban y los suyos que no me lo respondían . Quiso que subiera. ¡Pero si no me acuerdo ya como trepar árboles! No ves que soy grande y toda responsabilita, y un desastre, que no me entiendo pero que no se note, que la frente siempre en alto y los de afuera son de palo (alto o no, me resulta indistinto en este caso). Más vale que lo sabía él, toda sonrisas y ojitos y ya estaba yo posada en una rama sin saber cómo ni cuándo, y que no se crea la gente que subí por mis propios medios. Era todo un descubrimiento, los patos se habían percatado y ya me miraban, no así quienes les daban de comer (como era de esperarse). Hablamos en una lengua, o dos, sobre don pirulero y otros temas no menos importantes. Después tuve que contarle de la chica que con esas gotitas mojaría el suelo, sólo por puro placer de sentirle el olor tan así, tan mojado, y contener las ganas de echarse una bocanada de ese barro-bendito, su tierra, por el esófago, pero ¡ay de su estómago!; y que no quería convertirse en la mujer de ese otro libro, la que miraba desahuciada hacia el mar, retratada a través de la ventanita oculta, con aires de playa y soledad. María se llamaba. Tal vez fue que lo aburrí con mi discurso, porque ahí nomás remontó veloz vuelo, ahí ave rapaz contra las nubes de las tres de la tarde, recortadas todas sus ganas en el triste horizonte. Vuelo alto que no caerá en picada, porque esto es un cuento y si yo no lo quiero así, a mi pájaro no le pasa nada, que si fuera vida real, agarrate: ahí nomás ya están con todo eso de que lo que sube siempre tiene que bajar y que se yo que más de la ley de gravedad y la manzana que golpeó la cabeza de alguien. Me gusta pensar que era una de las verdes. Y se perdió, entonces, arribita, y me dejó desorientada en la rama del árbol, no, ya estaba de nuevo en el suelo, debajo de éste: hoja en el regazo, lapicera en blanco a estrenar, anotador en mano, mordiéndolo (evidentemente los recientes hechos han dejado duradera secuela de confusión en la mente y objetos circundantes, por extensión). La mirada perdida de nuevo en los patos lejanos, meciéndose, chocando entre sí, “cuaqueando” cuac-cuac, en las ramas de agua de los árboles de más allá, cruzando el gran charco que es laguna de personas y tiene manos, compitiendo por la atención de las hojas de celofán crsh crsh, y la goma que éstas le arrojan. Pero a mi no me engañan. Y el me dejó sus gotitas, otras, en el dorso de la mano que sostiene el anotador que muerdo (vengo a recordar que con la celulosa no pueden los jugos gástricos, pero tarde piaste, pié). Pié, no como gorrión, al menos como alondra embravecida. No remonté vuelo de todas formas, no en ese momento. Y esa agüita en mis manos era para la tierra, porque quién querría más sustancia en esa laguna de personas que se agitan y yo tiemblo como ellas, pero seca. Habría pensado que podría hacer barro, y probarlo, una cucharadita cero porciento de grasa y colesterol, mejora la flora intestinal y el transito lento. Pero no, que no vió que soy grande, que esas cosas son de nenes y a mi que no me confundan con esos, que no te escucho que tengo orejas de pescado. Que la laguna dice, que cada cual atiende su juego, y el que no, el que no. Que la lágrima me dice que yo tampoco soy. (La que no espera, tu tiempo se acabó).
Es cuando la laguna se hacer mar, que mis pies pisan la arena húmeda, se entierran mis dedos gordos y me veo a través de la ventanita, el viento en la cara, postura, cabellos despéinenme las ideas que no quiero pensar, blandura de desazón, feliz abandonamiento, pesares agüicelestes , fusión del todo conmigo, y con ella.
Ya me convertí en esa mujer.

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