jueves, 13 de noviembre de 2008

Esto

Es bien sabido que muchas personas tienden a alquilar películas los días lluviosos para matar las horas, y papá no es una excepción. Vamos hasta el videoclub que queda a dos cuadras de casa, prendida yo de su mano, saltando charquitos con mis botas rosa, con la certeza de que me dejará elegir algún video de mi preferencia, “ menos “pie pequeño” o “mi pequeño pony” porque ya las viste mil veces”. Durante el breve trayecto hasta el lugar mi mente va recorriendo las posibles opciones a alquilar, sin descartar las vedadas por mi padre claro está.
No es sino hasta que entramos, que recuerdo la existencia de “IT”, y un escalofrío me recorre de botas rosas a húmeda cabeza. Rápidamente tomo a “E.T.” (cualquier similitud entre los nombres no es pura coincidencia). Mis ojos recorren lentamente las cubiertas de las películas infantiles en exhibición, manteniéndose alejados de la sección donde él se encuentra. El es “IT”, claro está. Inevitablemente, como en cada visita al video club, me veo arrastrada por una especie de fuerza invisible e inexorable que me deposita, indefensa, frente al temido asesino, payaso de película. SÍ, IT. Su rostro blanquísimo se funde con el resto de la cubierta del video, contrastando con el rojo sanguinolento que ha sido plasmado en su boca. Por algún extraño motivo que escapa a mi corta comprensión, lo imagino completamente calvo, una calva pálida, prolongación de su cara, pálida. Clava los dos ojos negros, dos huecos de infinita malicia, proyectores de malditas e inconfesables perversiones, en mi pequeño rostro que no quiere ver, y sin embargo, mira. Me escruta, inescrupulosamente teje su red siniestra sobre mi. Y me atrapa. Un pequeño paso y ya estoy a la altura de su sonrisa burlona, maliciosa, porque sabe que me será imposible librarme, salir victoriosa del asunto. El embrujo es inapelable. Presa del hipnotismo, el cordero se adentra solo en la boca del lobo. Esa boca que, pintarrajeada de rojo sanguinolento, se abre desmesuradamente, me recuerda a “el agujerito sin fin”, y los ojos, podría jurarlo, refulgen de júbilo mientras la misma fuerza invisible, invencible me empuja hacia la cavernosa cavidad, el hueco mismo de mi perdición. Y voy cayendo lentamente, música de circo resuena en mis oídos, cada vez más fuerte, nunca se detiene, es una caída infinita, un payaso eterno.

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